LUZBY BERNAL

miércoles, 27 de junio de 2012

La importancia crucial de las emociones. II

La importancia crucial de las emociones. II






- Las defensas del ego y "las puertas del cerebro"

El trabajo del dolor original se basa en la hipótesis de que el primer trauma se encuentra paralizado e inhibido. Se exterioriza porque nunca ha sido resuelto, y no puede resolverse porque nuestro mecanismo de inhibición (las defensas del YO) impide que sepamos que el dolor está ahí.

"No puedes saber lo que no sabes", es un lema que usamos en terapia. Exteriorizamos nuestros sentimientos, los interiorizamos o los proyectamos en otros. Como no podemos sentirlos, y como son problemas sin resolver, necesitamos expresarlos y éstas son las tres únicas formas en que el niño herido sabe hacerlo. Pero exteriorizar, interiorizar y proyectar no son soluciones definitivas. Una adicción (un problema esencial del niño herido) no termina cuando el adicto deja de beber o de drogarse, sino que suele desplazarse hacia otro lugar, como por ejemplo, al juego o al trabajo.

Hasta que no se tramita el dolor original del niño herido, se continúa exteriorizando esa necesidad insaciable de excitación y de cambios de humor. Las defensas del YO mantienen inhibidas las emociones.

Las puertas neuronales son las vías que controlan la información entre los tres sistemas (reptiliano, límbico y neocórtex). Lo que llamamos represión tiene lugar principalmente en la puerta entre el cerebro racional y el sensorial: cuando el dolor emocional del sistema límbico rebosa, un mecanismo automático cierra la puerta del neocórtex. Es como si nos llegaran ruidos desde otra habitación y fuésemos a cerrar la puerta.

Freud decía que las defensas primarias del ego se integraban en otras secundarias más sofisticadas a medida que el hombre maduraba. Estas defensas secundarias toman una cualidad racional, por ejemplo, raciocinio, análisis, intelectualización, justificación y minimización.

Hoy podemos afirmar que el sistema de apertura y cierre del neocórtex (el cerebro racional) funciona "para vencer los hábitos y las memorias del pasado: el neocórtex está muy relacionado con la supresión del pasado".

Estos hábitos y memorias incluyen las huellas marcadas profundamente (caminos neuronales) por un estrés abrumador y por los traumas. De este modo, nuestro cerebro intelectual puede funcionar (o al menos es lo que los mecanismos defensivos intentan) "libre" de los ruidos y señales que se generan en nuestro mundo interno.

Pero esas señales no se van. Los científicos aseguran que continúan viajando, una y otra vez, por los circuitos cerrados de las fibras nerviosas del sistema límbico.

Las defensas del YO evitan así momentáneamente la tensión y el dolor. Pero éstos permanecen. Se registran en el área subcortical como un desequilibrio, una consecuencia de una acción malograda que espera la liberación y la integración. La energía del trauma original permanece como una tormenta eléctrica cuya tensión reverbera a lo largo de todo el sistema biológico. Gente con vidas aparentemente racionales pueden seguir teniendo vidas emocionales atormentadas. Sus tormentos continúan porque su trauma original está sin resolver.

Para transformar esto, no hay otro camino que “abrazar” ese dolor original. Esto es el sufrimiento legítimo del que hablaba Jung.

- El dolor original como trabajo de duelo

Lo bueno es que ese trabajo del dolor original encierra su propio proceso de curación natural. El dolor es el sentimiento que cura. Nos curaremos de forma natural sólo con que se nos permita afligirnos.

El dolor comprende todas las escalas de las emociones humanas. El dolor original es una acumulación de conflictos que no se han solucionado y cuya energía se ha incrementado rápidamente con el tiempo. El niño interno herido está congelado porque no hubo forma de que hiciese este trabajo. Todas sus emociones están atadas por la vergüenza tóxica; vergüenza que es el resultado de la ruptura de nuestro primer "puente interpersonal". Llegamos a pensar que no podíamos depender de los que cuidaban de nosotros. Como nos hemos sentido abandonados (real o simbólicamente), llegamos a creer que no teníamos derecho a depender de nadie. Hipersensibilidad a determinadas situaciones, exaltaciones exageradas del ánimo, conductas extrañas y repetidas, agresividad, aislamiento, autosabotajes o miedo a la dependencia son algunas de las consecuencias principales de esta vergüenza tóxica.


Extracto de Volver a casa. John Bradshaw





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