LUZBY BERNAL

lunes, 30 de enero de 2012

El señor Destino.

El señor Destino.


Fue pasando el tiempo para Francesco, ese tiempo que en el Cielo tiene otro sentido. Él ya había dejado de preocuparse por qué día era o cuánto tiempo había pasado.

Seguía enviando mensajes a sus seres queridos a través de los sueños. Sentía cuando alguien en la Tierra le hablaba, cuando algún amigo o familiar le pedía algo, y él iba enseguida a hablar con su ángel o con algún maestro para que le diera el mensaje a Dios y así mandar la ayuda necesaria.

Se había convertido en un buen amigo de sus maestros y de sus espíritus compañeros, en ese primer Cielo. Era un genio en hacer piruetas sobre las nubes y había una gran necesidad de contener a cada espíritu que llegaba al Cielo, sediento de saber por qué estaba ahí.

Su gran amigo Cupido siempre le contaba alguna historia de amor, de esos amores del alma, según él los llamaba.

Ya se había acostumbrado a ser feliz y, de hecho, era la mejor costumbre conocida.

También seguía cuidando su jardín, que estaba mucho más florido y mucho más verde que cuando se lo regalaron; lo cuidaba con mucha alegría. Para él, cada flor era señal que no había vivido en vano. Sabía que las buenas acciones de su familia eran el eco de todo lo que él les había enseñado.

Este Francesco, que había llegado enojado e indignado porque se había muerto a pesar de haber hecho todo lo posible para sobrevivir; este Francesco, que había decidido escuchar a esos maestros por el solo hecho de no aburrirse o no estar solo; que seguía pensando en su familia y no entendía que las cosas, allí; abajo, siempre tenían solución, aunque no fuera la que más le gustara; este Francesco siguió siendo el mismo, con esta diferencia: aprendió a enfrentar el dolor y a disfrutar la alegría.

Aprendió que volar sobre una nube rosa o celeste era lo mismo, porque todo dependía de su ánimo.

También había aprendido que dejarse fluir es la mejor fórmula para cumplir los sueños. Sabía que las personas tenían un gran poder perceptivo para captar las señales que les daban los de arriba.

Este Francesco tenía más luz, más alegría, más amor pero, como todo es un proceso continuo de transmutación, el Cielo mismo no escapa al cambio. Le habían anunciado que debería ascender al segundo Cielo; ya era hora. Todos estaban contentos que Francesco, que era muy querible, pudiera irse; sabían que lo verían más adelante.

Este Francesco, cuando se encontró con amigos y familiares que habían muerto antes que él, no dejaba de emocionarse y llorar al encontrarlos, y luego no paraba de hacerles preguntas y de intentar sonsacarles información para averiguar qué más había por conocer, después de todo lo que había vivido él. También les preguntaba dónde estaban los otros espíritus que también habían muerto.

El Cielo estaba más luminoso que nunca. Francesco estaba en su jardín cuidando sus flores, y giró al escuchar un tintineo. Ahí estaba de pie, muy grande, un espíritu con una persona fuerte, robusta y definida, casi parecía un banquero.

—¿Puedes decirme quién eres?

—Hola, Francesco; soy el señor Destino.

Después de unos segundos, Francesco se animó a preguntar.

—¿Eres el destino en sentido figurado, o eres el destino de verdad?

—Soy el destino de verdad.

—¿Quién te manda?

—Me manda Dios.

—¿Y que haces?

—Yo ordeno todo para cada persona.

—¿Escribes lo que va a pasar a cada uno?

—No. Yo soy quien acomoda los planetas, antes que nazcas; ayudo a Dios en el Cielo, pero mi trabajo no es sólo ése.

—Me imagino que deberás hacer bastantes cosas. Eres muy famoso; todos te consideramos parte de nuestra vida.

Algunos creen que tú mandas y que no pueden salir de tus garras o de tus brazos; otros creen que pueden desafiarte y cambiarte a su antojo. Ahora que tengo el placer de encontrarte, no te irás si no me cuentas cuál es la verdadera historia de esta historia.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¿Has visto, Francesco, que morirse tiene su recompensa?. Por lo menos, aquí te pones al tanto de todas las respuestas que no tuviste allá abajo.

—Tampoco allá abajo las busqué demasiado.

—Bien por tu reflexión. ¡Claro que no te has preocupado demasiado por encontrarla! Ahora quiero saber qué sensación tuviste de mi en tu vida.

—Me diste la sensación de ser inflexible en etapas de mi vida, cuando necesitaba tu apoyo; en otras, sentí que me dabas una gran ayuda.

—No soy flexible en algunas etapas, ni tirano en otras. Soy un buen personaje que hace su trabajo con cada uno de ustedes; pero, por supuesto, es difícil dejar contentos a todos.

—Pero no contestas a mi pregunta: ¿ya sabes qué pasará?. Porque, con esos planetas que acomodas, ya escribes nuestras historias.

—No es tan simple como lo pintas; supongamos que vas a nacer por primera vez; eres un libro en blanco y no hay horma anterior. El horma es la relación causa—efecto. Si no hay causas, no hay efectos. Todo efecto se convierte en causa de otro efecto.

—Ahora veo.

—Bueno. Dios me llama, me muestra el alma y me dice: "Traza un camino y arma las piezas que necesita esta personita para crecer; quiero que se lleve una buena experiencia de vida. Deja que ella elija, desde sus padres basta cuál es el camino que le conviene seguir, de todos los senderos que tú le trazaste.

—Espera, espera, entonces hay varios destinos en nuestro camino.

—No, yo soy uno solo, pero hay diferentes matices. Si todo estuviera tan rígido, tan marcado, tú no serías libre; y tú eres libre siempre, en cada momento en la vida y en el Cielo.

Es como si yo tuviera el mapa de tu vida y tú, al observarlo eliges los caminos. Tu andas y desandas a tu modo, bien o mal, contento o triste, furioso o calmado; la cuestión es que en esos caminos que recorras aprendas y te equivoques y aciertes.

—No creo que una vida triste sirva a ninguno.

—Si no hubiera oscuridad, no existiría la luz; si no hubiera lágrimas, no disfrutarías de la risa. A veces los extremos se juntan, pero sin lo bueno o lo malo no existiría el equilibrio.

"El destino está marcado", dicen por allá abajo. Entonces te sientas, esperando que pase todo al lado tuyo, y deseas que yo solucione o te arruine la vida. ¡No sirve, no sirve, no sirve!

Mi viejo amigo Francesco, yo tengo el mapa que Dios me da para que lo despliegue a tus pies y tú lo estudies; encontrarás indicaciones de cómo atravesar muros, de los más bajos a los más altos y, aunque te sea pesado, tú eliges cruzarlos o no: ni Dios ni yo te lo exigimos. En ese mapa también hay puentes fijos o colgantes, en algunos puedes disfrutar del paisaje y en otros debes aferrarte para no caer.

También en ese mapa aparecen mares; algunos de aguas tranquilas, donde sientes que con sólo dos brazadas alcanzas la orilla, y otros de aguas con fuertes oleajes, y temes ahogarte; aparecerán desiertos, ¡algunos con vientos a favor, que te transportarán al lugar que deseas en pocos minutos! Y otros donde caminas, caminas y no llegas a ningún lado.

Habrá laberintos de bosques, que te habrán de dar vueltas hasta extraviarte; perderás tiempo y energías mientras buscas las salidas.

Pero en ese mapa, hay lugares de descanso, donde puedes quedarte sentado en paz, sin desesperarte, viendo todo el camino recorrido, o disfrutando, simplemente, del paisaje.

En el transcurso de la vida, mientras transitas los caminos señalados en el mapa, te encuentras con otras personas que desean llevarte por otros lugares, o te proponen atajos o quieren que compartas sus gustos. Tú eres dueño de ti, y puedes elegir acompañarlos o no, Pero ten en cuenta algo: Dios te da el mapa para que recorras solo los caminos marcados, para que aprendas solo, pues no puedes aprender a través de otra persona, compartiendo su experiencia.

Entonces, acepta que en la vida tienes compañía por momentos, por etapas; aunque yo sé que duele perder algunos afectos por el camino, acéptalo y sigue adelante.

Y si algún amor muy grande decide con gusto acompañarte en el camino, adelante; pero ten en cuenta que esa persona tiene su propio mapa y su propia libertad. Y, si compartes el camino con otra persona, no pierdas tu identidad; sabe bien que eres libre como un pájaro y que te encanta volar.

Querido amigo, yo no soy malo ni bueno; estoy simplemente moviendo, de vez en cuando, las piezas de tu vida para que no te quedes cómodo, a esperar simplemente la nada.

Eres pieza de un juego: tú te mueves, yo reparto las cartas, pero el que juega eres tú.

Ya sabes que la vida puede ser tu amiga o no, depende de cómo la trates: ella te invitará a pasear de la mano o te dará vuelta la cara, según tú elijas.

—¿Por qué será que siempre elegimos mal?

—No siempre...

—Bueno, casi siempre uno tiene cierta tendencia a elegir mal.

—Porque no tienes fe; piensa cuántas veces te dijiste: "esto me va a salir maravillosamente bien, qué bueno soy, tengo la ilusión que todo se resolverá del mejor modo"; o cuántas te dijiste: "tengo miedo de tal cosa, es seguro que esto no va a funcionar, porque nada se da como me lo imagino".

¿Cuántas veces en tu vida te asociaste contigo mismo para ser feliz? ¿Y cuántas veces te peleaste, descreíste de ti, te quitaste y te negaste el poder que tenías para resolver tus pequeños problemas?

Las personas tienen tantos dichos negativos como programas de televisión; en cambio, puedo contar los dichos positivos con los dedos de la mano.

Francesco: crece cada día, como crecen las flores de tu jardín, y cuídate como cuidaste cada rosa; disfruta de este lugar, para que te quede un buen recuerdo y tengas en cuenta que esta etapa fue totalmente positiva. Aprendiste, te fortaleciste y tuviste diversos maestros que hacían con gusto su trabajo contigo.

Y has podido aprender porque pusiste todas tus energías en crecer; dejaste que toda esa energía entrara en tu alma para que te iluminara como nunca; aprendiste a volar, a despegar tus alas y a sentirte libre como un pájaro. Sé que te encantó pasear por las nubes y, aunque llegaste muy triste y hasta diría, enojado, luego entendiste que todo era más simple de lo que te imaginabas.

Ahora estás en paz, ahora crees en ti y recuperaste la fe, ahora sabes que todos tienen el mismo poder para ser felices. Lo mismo que lograste arriba podrías haber logrado allá, abajo, y lo has comprobado con tu propia familia, que después de tu muerte no encontraba la salida a su vida.

Con la fe que tú les mandaste en esos sueños les diste confianza, aceptaron la realidad, crecieron y fueron recuperándose, poco a poco, hasta volver a tener esperanzas, ilusiones, alegrías.

¿Ves Francesco, que todo vale la pena? Hasta aprender después de muerto; aunque te voy a confiar un secreto: la muerte no existe… Sí, no me mires así, la muerte no existe.

—¿Podrías ser más claro?

—¿Tú tienes un alma que Dios te dio; al nacer, tomas un cuerpo, un cuerpo que, al crecer, va madurando, va envejeciendo; lo abandonas y vuelves al Cielo; luego, llega el momento de volver a nacer y así, sucesivamente.

—¿Entonces, la muerte es el final en cada uno de esos ciclos?

—Es transmutar; hay una parte que muere y una que nace, es la que libera el alma para que vuelva a su estado natural. Porque, cuando tu alma entra en el cuerpo, tiene la maravillosa suerte de encontrarse con la muerte y se contamina con ella, con miedos y pensamientos negativos.

Tu alma es siempre la misma; ella es la que vive eternamente.

Cada cuerpo que tomas es como un cambio de ropa; lo que vale es lo que aprendes al transitar cada existencia. La experiencia de vida que te llevas es la que vale la pena llevar dentro del alma.

Bien, amigo, ahora que tienes todo más claro, te diré algo: ¡qué buena alma la tuya!

—¿Por qué me lo dices?

—Porque vibra, tiene calorcito y brilla con una gran luz.

—¿Y eso por qué es?

—Porque tienes un gran valor, que es el amor; has amado, te has dejado amar, y el amor siempre te va a enseñar el mejor sendero para seguir.

—¿Entonces crees que el amor nunca te lleva por mal camino?

—Nunca.

—¿Y yo ahora qué debo hacer? Ya cumplí mi tarea en este lugar. Espero recordar en todas mis vidas próximas, si es que las tengo, lo que aprendí ahora.

—Concretamente, ¿qué me quieres preguntar?

—¿Tuve vidas anteriores a ésta?

—Sí, has tenido unas cuantas.

—¿Y por qué tuve que aprender todo de nuevo?

—¿Todo qué?...

—Todo lo que me enseñaron los maestros.

—No, Francesco, no aprendiste todo; sólo lo que no pudiste aprender mientras vivías. Lo que aprendiste en otras vidas fue lo que te enseñó a resolver las situaciones con mayor facilidad. Lo que traías aprendido era lo que sentías cuando decías tener el viento a tu favor, o ése era tu día de suerte.

—¿Voy a volver a nacer?

—Yo no tengo la respuesta.

—¿Entonces para qué las enseñanzas, si no las podré poner en práctica?

—¡Cómo que no!… Haz memoria; ¿recuerdas en estos últimos tiempos, de qué hablabas con cada espíritu que ingresaba al primer Cielo?

—Lo contenía, le hablaba y le enseñaba lo que había aprendido.

—¿Y por qué lo hacías?

—Porque así lo sentía.

—¿Entonces, lo pusiste en práctica o no?

—Sí. Ahora quisiera saber algo que me inquieta; dime, maestro: ¿éste es el único Cielo que existe o hay más?

—Existen siete Cielos.

—¿Por qué tantos?

—Porque son los que se necesitan.

—¿En cuál está Dios?

—En todos.

—¿No me vas a contestar?

—Te estoy contestando; estuvo y está siempre en todo lo creado, en todo lo vivido, en todo lo existente, en el amor, en todo: Él es todo. Pero yo entiendo tu pregunta: quieres saber si Dios se presentará como un maestro más.

—Sí.

—No lo sé.

—Y dime: ¿tendré que recorrer todos los Cielos?

—No, no es el momento; quizá en otra ocasión, en otra visita.

—¿Y para qué están todos esos Cielos? ¿Por qué se dividen?. ¿Qué diferencia hay entre el primero, segundo o quinto?

—Más adelante lo sabrás.

—¿Por qué no me he encontrado con todos los seres muertos que he conocido mientras vivía?

—Algunos están en otros planos y otros han vuelto a nacer.

—¿Puedo seguir preguntando?

—Claro que sí.

—¿Por qué cuando vivía sufría tanto? ¿Por qué no aprendemos todo aquí arriba, y nos quedamos? Si Dios nos da un espíritu para que crezca, ¿por qué tenemos que vivir con un cuerpo y una mente que nos hace todo mucho más difícil? ¿Por qué no nos deja ser sólo almas? Así aprendemos y disfrutamos lo mismo.

—Hablas así porque pudiste trabajar con tus maestros y entender de otra manera tu vida con un cuerpo. Este aprendizaje te hace feliz.

Cuando vives, tienes experiencias, aprendes y eres feliz.

Quizás no todas las vidas que vive un alma sean las más tristes, ni las más alegres, sino pruebas; no puedes saber la diferencia entre ser sólo alma y ser otra persona.

—Como eres paciente, creo que puedo, con confianza, pedirte un favor.

—Dime, Francesco.

—¿Podrías, en la próxima vida, si vuelvo a nacer, hacer más fácil el mapa de mi vida?

—¿Fácil?

—Sin tantos laberintos, como para poder encontrar la salida. Con unos cuantos atajos, para hacer más rápidos los logros; pon en mi mapa a alguien interesante, para que me acompañe en algunos tramos de algún sendero.

Permite que yo tenga más opciones y que no me pierda.

—Aunque estés perdido, igual sigues un camino. Muchas veces estar detenido en el tiempo no es retroceder.

—Haz el favor que mí mapa tenga trazos lo más claro posible, repárteme las cartas menos complicadas y, si puedes, dame alguno que otro comodín de vez en cuando. Haz el juego más fácil que el anterior. Déjame obtener la revancha, la revancha de mi vida, pues esta vez pensaré con más cuidado cada jugada.

—Diría que perdiste demasiado tiempo en cada jugada de tu vida. Quizá ése fue el problema; fuiste muy exigente contigo mismo, demasiado meticuloso.

No pienses tanto en cada jugada; pon todo en acción, porque la intención sin acción queda en ilusión. Las ilusiones no sirven si no trabajas para que se conviertan en realidades.

Y la próxima vez que juegues quiero que te des el lujo de soñar, de crear, de abrir el alma como un sol, de tener la osadía de brindarte sin miedos, sin dudas, sin resentimientos, sin sentimientos que lastimen.

Prometo darte un papel importante en tu próxima vida. ¿Quiero que seas el protagonista de tu propia obra, que sientas el calor de los aplausos y el poder de las críticas.

Quiero que sientas que puedes y pudiste siempre; no me gustaría que cumplieras con el papel de espectador, porque, si bien no correrías riesgos, tampoco te pasaría nada importante.

Los miedos, a veces, en la vida, crean enemigos donde no los hay, ponen odio donde hay amor; ponen cercos donde está la libertad. Piensa que la verdadera libertad está en el dominio de ti mismo.

Piensa que tu alma está unida a ti y que es el único pájaro que no puede volar porque tú lo has encerrado.

Amigo Francesco, sé feliz, no me culpes a mí si no encuentras el camino; no te enojes conmigo sí sientes que andas despacio o cargado; piensa simplemente que hay otros senderos, otros puentes, otras salidas. Queda en ti hacer una buena elección, queda en ti transitarlos, vivirlos, sentirlos, aprenderlos.

Y, cuando hayas dejado huellas en tu camino, alguien sabrá admirarte, copiarte y quererte como desean las personas que las quiera.

Sé feliz cuando y como puedas. Sé feliz con las pequeñas cosas que te llenen el alma, que alimenten tu energía.

Sé feliz, te lo ruego.

Después de haber escuchado muy atentamente a este gentil maestro, Francesco se quedó en silencio, mientras sentía que algo especial estaba por suceder: la sensación del final que se acercaba.

Las luces se fueron atenuando en el Cielo, como si estuviera bajando el telón; ya era el momento de despedirse del maestro, hasta alguna próxima vez. Muy afectuosa fue esa despedida, casi la más especial de todas.

Sabía que el señor Destino tenía un papel preponderante en su vida, pero no por eso era el más importante de sus maestros; quizá sólo tenía la responsabilidad más grande.




Extracto de "Francesco Una vida entre el Cielo y la Tierra de Yohana Garcia"





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