LUZBY BERNAL

viernes, 30 de diciembre de 2011

LA KIPA

La Kipá


Desde los días de antaño era costumbre judía mantener la cabeza cubierta en todo momento. Así, la kipá se convirtió en una parte familiar de la vestimenta judía.
Generalmente, los judíos dan por des­contado que la cabeza debe estar cu­bierta cuando se encuentran en un lu­gar sagrado, como una sinagoga, o cuando se dedican a una ocupación sagrada, como el estudio de la Torá, el recitado de oraciones, o cuando com­parten comida, y cosas por el estilo. En realidad, en la vida de un judío no hay ningún momento en el que no esté en presencia de D-os, y ninguna parte de su vida está libre del servicio a D-os.
Poco antes de fallecer (en 1950) el Rabí losef I. Schneersohn, el (sexto) Rebe de Lubavitch, de santa memoria, un pro­minente caballero judío le planteó una pregunta respecto del significado de mantener la cabeza cubierta. La respues­ta del Rebe, más tarde suplementada por su sucesor Rabí Menajem M. Schneerson, forma la base de esta breve explicación de la práctica de cubrirse la cabeza.
El Rebe de santa memoria precede su respuesta con una referencia a dictum del Talmud. "¿Porqué la porción de "Shemá", fue puesta antes de la porción "Y llegará a suceder, si escuchas diligentemente, etc.?" Por­que primero uno debe aceptar el yugo del reino del Cielo y luego aceptar el yugo de los preceptos". (Berajot, la. Mishná, cap. 2).
Los palabras de la Mishná son claras en el sentido de que la sumisión del judío al reino de D-os y su aceptación de los pre­ceptos debe ser en la manera y condición de un "yugo", que no necesita fundamen­talmente ninguna explicación intelectual, sino solo un reconocimiento de que ese es el decreto de la voluntad de D-os. Por cier­to, eruditos, sabios y filósofos judíos han es­crito volúmenes acerca del significado y sig­nificación de varias mitzvot, pero sean cuales sean las razones intelectuales que puedan ofre­cerse para explicar alguna mitzvá particular, en realidad son inmateriales, y no representan en ab­soluto toda la significación real de la mitzvá, porque la mitzvá es esencialmente un "decreto" Divino, que está por encima" de la razón.
En la práctica vemos que quienes observan los pre­ceptos debido a que son mandamientos de D-os, de­cretados por su voluntad, los cumplen fielmente en todo momento y en todo lugar, pero quienes quisieron guiarse por "explicaciones" a menudo caen en el error, porque el intelecto humano es limitado, mientras que los preceptos son dados por D-os, cuya sabiduría es infinita.
La base de todos los preceptos
Nuestros Sabios, tal como están citados en la carta del Rebe, observan que el orden de las dos primeras porciones de la Shemá no es accidental, sino que es lógico y tiene un propósito. Nos dice antes que nada, que tanto en el caso de nuestra sumisión al reino del Cielo y nuestra aceptación de las mitzvot, tal sumisión y aceptación debe ser de una manera similar a un "yugo". Segundo, que el primer prerrequisito de obser­var los preceptos y practicar nuestra religión es la acep­tación de la Soberanía de D-os con absoluta resigna­ción y sumisión.
En presencia del Ser Supremo debemos reconocer nuestra incompetencia inte­lectual. La idea la transmite la expre­sión de "yugo". La analogía no se usa para sugerir una carga, lejos de ello. Se la usa en el sentido de que: a) el animal no tiene idea de qué es lo que hay detrás de la voluntad de su amo, b) la sumisión absoluta del animal, c) el yugo es el medio de permitir que el animal cumpla sus funciones.
Nuestra fe se basa en la Revelación Di­vina y en la presentación de la Torá en el Monte Sinaí. Hemos aceptado la Torá en el espíritu de "haremos" (primero) y (luego) "entenderemos" (naasé venishmá). Esa última palabra, como también ocurre en “Shemá” no signifi­ca solo "oír" u "obedecer", sino también "entender". En otras palabras, hemos acep­tado la práctica de nuestros preceptos como decretos del Amo Supremo del Universo en la plena conciencia de que nuestro intelecto es limitado y no puede captar la Sabiduría Infinita de D-os.
No conocemos ni podemos conocer, el efecto pleno de cumplir las mitzvot, qué nos hacen a nosotros y para no­sotros y al mundo que nos ro­dea. Cualesquiera explicacio­nes o significados que pue­dan adelantarse o atribuirse a cualquier mitzvá deben ser considerados como inciden­tales e incompletos.
El método científico es, primero esta­blecer los hechos y luego tratar de ex­plicarlos. Si se encuentra una explica­ción satisfactoria, muy bien; si no, los hechos siguen siendo válidos, incluso si aún no se ha descubierto el secreto de su origen.
En la vida y experiencia judía es un he­cho establecido que, cuando los pre­ceptos, costumbres y tradiciones judíos fueron observados con una sumisión real a la Sabiduría y Voluntad de D-os, en un espíritu de humildad y fe simple, estos preceptos, costumbres y tradicio­nes se han preservado y perpetuado. Pero cuando no fueron aceptados en ese espíritu, y se convirtieron en tema de escrutinio intelectual en una temeraria búsqueda de explicación, y son aceptados porque seducen a la razón o a la fantasía, esos mismos fundamentos del judaísmo quedaron socavados (por ejemplo, durante las persecuciones religiosas en el tiempo de las Cruza­das los judíos de Alemania no pudieron ser converti­dos a la fuerza; murieron para santificar el nombre de D-os ("Al Kidush Hashem"). Pero en España, donde la Inquisición trajo el final de una era de oro de filoso­fía e investigación teológica, las persecuciones reli­giosas llevaron a un número comparativamente gran­de de conversiones).
Es más, nuestros sabios dicen: "Quién dice que esta tradición está bien, y que aquella otra no es tan bue­na, desacredita la Torá (y eventualmente la olvidará)". (Rashi)" (Eruvín 64a.) Debemos considerar que todas las leyes tienen igual santidad, porque todas fueron dadas por el mismo Legislador, y todas provienen de la misma fuente.
El cubrimiento de la cabeza ha sido observado por todos los judíos1. En el Talmud se dice que el cubrir­se la cabeza está asociado con Irat Shamaim (pie­dad). Se cuenta la historia de un muchacho que era cleptómano por naturaleza, pero en virtud de mantener siempre cubierta su cabeza y de ser muy cuidado­so acerca de ello, su mala naturaleza no se afirmó. Pero una vez cuando el viento hizo volar su gorro, inmediatamente cayó víctima de su cleptomanía (Talm. B. Shabat 15b).
Uno podría encontrar muchas inferen­cias simbólicas en la observancia de la práctica de cubrirse la cabeza, basán­donos en la mencionada declaración de nuestros sabios que el cubrirse la cabeza está asociado con la piedad. Por ejemplo, el mantener la cabeza cu­bierta muestra, y nos recuerda siempre, que hay algo "por encima" de nuestras cabezas, y así por el estilo. Tales inter­pretaciones sólo son útiles, y sólo si, ayudan a preservar el precepto, pero de ningún modo deben considerarse como la razón del precepto. El princi­pio básico al cumplir una mitzvá es la conciencia de que lo que llevamos a cabo es la Voluntad y Sabiduría de D-os.
Los sombreros son parte del atuendo general del hombre. Antes de tratar el tema de la cobertura de la cabeza, sería conveniente considerar en primer lugar el origen y la importancia de la indumentaria humana en general.
Según la opinión de muchos científicos, se cree que la vestimenta del hombre fue originada por dos motivos: (a) como protección contra las condiciones climáticas (calor, frío, lluvia, etc.), y más adelante también (b) con fines ornamentales.
Sin embargo, al estudiar el tema con mayor detenimiento, parecería que este punto de vista “científico” es sumamente dudoso. Si bien la cuna de la raza humana estuvo ubicada en un lugar donde las condiciones climáticas eran ideales, aún en esos lejanos días se llevaban prendas de vestir, por lo que no es válida la explicación del uso de vestimenta debido al clima.
Según la Torá, la indumentaria tiene un origen muy diferente. La Torá, nos informa que cuando fueron creados los primeros seres humanos, Adán y Eva, no necesitaban vestimenta alguna y “no estaban avergonzados”. Pero, después de su pecado con el Árbol del Conocimiento, “ellos tuvieron conciencia que estaban desnudos“, y se proveyeron de ropas para cubrir sus cuerpos.
Maimónides explica este cambio radical del enfoque de los primeros seres humanos. Su explicación es citada en la literatura de Jabad, lo que aclara aún más este tema. Brevemente es como sigue:
El Hombre fue creado como un ser intrínsicamente bueno, sin ninguna característica de maldad. Carecía de tendencia hacia el mal ni sentía deseo alguno hacia los placeres físicos. Por lo tanto, todos los órganos y partes del cuerpo le resultaban iguales, cada uno de ellos cumpliendo con su rol de llevar a cabo la misión Divina del hombre en este mundo. El sentimiento de la vergüenza resultaba ajeno a la pureza de su mente. Así como no existiría motivo alguno de vergüenza por enseñarle la Torá a alguien, una acción que ha sido comparada a la de engendrar espiritualmente a una criatura, tampoco sería motivo de vergüenza el engendrar físicamente una criatura, ya que en esa acción el hombre estaba cumpliendo con el mandamiento Divino de “Creced y Multiplicaos”. En ambos casos, la indulgencia frente al placer físico estaba descartada, ya que hay una sola consideración a tener en cuenta: el cumplimiento de la Voluntad Divina.
Después del pecado del Árbol del Conocimiento, nació en el hombre la percepción del placer físico, del cual antes no tenía conciencia, cuando su individualidad espiritual era la que predominaba de manera absoluta. El bien ya no lo era de manera pura en su mente contaminada. Vio que ciertas partes del cuerpo estaban más directamente asociadas al sentimiento del placer físico. Había dos razones por las que la exposición de esas partes del cuerpo ahora le producía un sentimiento de vergüenza: en primer término, porque esas partes del cuerpo eran un recordatorio de la humillante caída del hombre en poder del deseo y, en segundo lugar, porque eran una fuente de tentación. Por estos motivos, el hombre se sintió avergonzado de su desnudez y quiso cubrir su cuerpo.
Desde este enfoque, a primera vista parecería que el sentimiento de vergüenza ciertamente no sería aplicable a la cabeza, el centro del intelecto, la posesión más preciada del ser humano, aquello que lo distingue de las especies inferiores de los animales. ¿Acaso no es el intelecto la cúspide de toda la creación?
Con seguridad, el hombre que cree que en el universo no existe nada superior a su intelecto, consideraría una contradicción cubrir su cabeza, el centro de su intelecto, su orgullo y más preciada posesión.
Sin embargo, el hombre que cree en Di-s tiene una concepción diferente de la condición humana. Sabemos que a pesar de su capacidad intelectual, el hombre es un ser muy humilde; nos damos cuenta que lamentablemente el propio intelecto, lejos de sacarnos del lodo de la tentación, a menudo se ve influido por éste y actúa como su cómplice. Aún aquél que no pertenece a esta categoría, siente vergüenza debido a la insignificancia que incluso su intelecto tiene en el reino de lo Divino.
Por consiguiente, no son solamente las partes inferiores del cuerpo las que son testigo de la caída del hombre, sino incluso la cabeza que alberga el intelecto y, quizás, en una medida mayor aún. Y digo “mayor aún”, ya que el fracaso del intelecto constituye el mayor fracaso del hombre. Porque, en tanto un niño inmaduro puede no ser completamente responsable de sus acciones, la persona madura no tiene disculpa. Es así con respecto a las propias facultades del hombre: el fracaso de la facultad más importante es el mayor de los fracasos.
Cuanto más conscientes somos de nuestra responsabilidad intelectual, tanto mayor debe ser nuestro sentimiento de vergüenza al no poder cumplir cabalmente con dicha responsabilidad. Para el judío, el intelecto y el conocimiento, lejos de brindarle un sentimiento de orgullo, le dan un sentimiento de humildad, ya que le han sido otorgados por Di-scon fines más elevados y sagrados. En tanto él no cumpla totalmente con estos propósitos, el hombre común siempre tendrá un sentimiento de vergüenza. Aun el hombre más justo no puede estar libre de un sentimiento de vergüenza ya que, al ser más consciente de la presencia de D-os, cada paso intelectual hacia adelante lo va acercando a la comprensión de cuán inconmensurablemente insignificante es su intelecto en presencia del Infinito, puesto que “el punto culminante del conocimiento (de D-os) es darse cuenta que no sabemos”.
Por lo tanto, llevar siempre cubierta la cabeza, es una demostración de nuestra conciencia que hay algo que está infinitamente por encima de nuestro intelecto, y simboliza nuestra humildad y sentimiento de vergüenza en presencia de Di-s(Irat Shamaim).
Notas
1 Ver Piskei Dinim (Decisiones de lo Ley) por el Rabí Menajem Mendel Schneersohn de Lubavitch, Shoar Homiluim, Parte 1, en el co­mienzo. Kehot. NY 1945.

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